¡CUÁNTO SUFRE MI MAESTRO!
D.F.
Mientras
caminaba por la vida,
Cuando
más potente me sentía,
Con
orgullo caminaba por las sendas de justicia,
Y
mi rostro reflejaba mil destellos de alegría.
Encontreme
al Maestro a la vera del camino,
Conversando
nos sentamos, más yo hablaba… como ritmo cancionero.
Sin
fijar en El mis ojos, le contaba cuanto triunfo,… ¡porque no había pruebas!…
Y
de pronto le busque, con mi vista insatisfecha,
Y
fijándome le vi, que sangraba su cabeza,
Su
costado humedecía el ropaje que vestía,
Y
sus manos enclavadas, como fuente se volvían.
Indagando
proferí, mis palabras en pregunta:
¿Qué
te han hecho mi Maestro? ¿Quién te ha herido?
Sollozando
en su dolor, dirigióme sus palabras:
-¡Fueron
mis amigos! ¡Fueron mis hermanos!
Fue
la culpa de un hombre cuya mente se enaltece,
Y
sus ojos muy altivos…su mirada me estremece…
-
Sus criterios me rechazan, sus ideas me adolecen.
Se
le ordenan los deberes y a ciegas obedece,
Sin
medir cuanto destruye, y hermanos aborrece…
Pareciera
buen cristiano, pero a nadie compadece…
En
los cultos me adora y en la noche me entristece,
Con
las malas intenciones que en su mente permanecen.
¡Y
al oír lo expresado!, no me pude contener;
Sumergido
en el llanto, con dolor muy entrañado, exprese muy alterado:
-¿Quién
es ese que provoca tanto daño?
¿Quién
es ese que tu corazón lastima?
Encontrarlo
yo quisiera y mil palabras me oyera,
No
seria tan profundo en ofensas proferidas,
Ni
dolor te causaría, pues hablarle yo quisiera;
Con
volverlo a tus caminos tus palabras él
oyera…
-¡Dime
Maestro! ¿Quién es el que te abochorna?
¿Quién
es el que te ofende con vehemencia,
que
hasta sangran tus heridas y se cree hermosa pieza?
Y
el Maestro, con paciencia y mansedumbre, bien expresa,
Refirióme
las palabras al pedirle una respuesta, expresóme muy sencillas,
Que
bajaron mis anhelos… en defensa de esa presa:
-¡Hijo
mío, ese hombre eres tu! Con tu necio proceder haz clavado las espinas,
De
aquella corona ruda que tejieron sin estima…
Sin
mediar ya más palabras, tambaleé desfalleciente,
Y
mi corazón latía en penosa angustia mía…
-¡Maestro,
Maestro!-¡Exclame!-¡Perdóname por ser tan imprudente!
¡Te
suplico me ayudes a vencer mi presunción,
Que
creyendo obedecerte, te lastimo sin razón!
-¡Hijo
mío…, te perdono…
!
Fue por ti el sacrificio que aquel día ofrecí,
Y
en mis manos, de los clavos, cicatrices recibí,
Y
en la cruz abrí mis brazos con placer para abrazar,
A
los que cansados vengan apropiarse de éste Amar.
-¡Ya
no temas hijo mío, que Yo soy tu Salvador!
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